Los apristas siempre están, se agrupan y mueven. El antiaprismo ( un 35%? del país), los odia, pero ello no impidió que después de Haya de la Torre lleguen al poder dos veces. A la derecha le molesta su presencia en el Estado, aunque hoy los acepta en nombre del modelo. Las izquierdas (10%?), la más adulta, no perdona al APRA ser el aguafiestas a la seducción marxista-leninista-mariateguista. Sus hijos, los “caviares”, ven al aprista desde “arriba”, con desdén o incógnitas.

La militancia es crítica, pero noble con la dirigencia y se moviliza poco aún en una sociedad pragmática. Los apristas son menos que antes, pero se reagrupan cuando hay oferta electoral creíble (2001 y 2006). Fueron afectados por el pragmatismo de los 90, pero aún sus cuadros se cohesionan por política e ideología, aunque ello también los puede aislar de lo nuevo.

Apristas y anti-apristas no polarizan todo, pero inducen resultados. El anti-aprismo de antes es distinto. El de hoy no tiene ideología y acusa de corrupción a los apristas. Y a pesar de no haber pruebas y sea injusta aquella aseveración, por algunos casos, se corroe la solidez de la propuesta.

Siempre hubo golpes al Apra. Pero los apristas perciben que algo no anda bien con los no-apristas (y sin solución con los anti-apristas). De esta situación a la decisión y acción para renovar hay un paso que urge dar. Ello implica ser severos con los que no resuelven sus temas éticos e insisten irresponsablemente – por ejemplo – en ser candidatos a alguna región, a pesar que su imagen y prédica incentivan el traspaso de no-apristas a las filas del anti-aprismo. Ello si es nuestra responsabilidad. La coherencia cuesta, pero a la larga es lo más reconocido por los ciudadanos.

Publicado en Exitosa Diario, Jueves 06 de Febrero del 2014