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Huaicos e indiferencias

Todos somos parte alguna vez de cierta indiferencia ante lo que vivimos. Los de a pie tienen un tiempo distinto a los que tienen en sus manos las decisiones públicas. Entre el  caos y los huaicos que la gente perciba indiferencias de la clase dirigente (aun que no las haya) debilita la democracia. 

Javier Barreda 

Publicado: 2017-02-04

¡Qué verano! Los efec­tos de lluvias y huaicos sobre los peruanos más vulnerables matan de impotencia cual fuese la dis­tancia con que se les mire. Sensación de vacío y sole­dad debe ser indescripti­ble en las familias que pier­den todo. Los más pobres de Lima, Arequipa, Ica, Piu­ra y otros lugares sufren el azote de la naturaleza. Pero este verano además marca los días de las primeras cap­turas del caso Odebrecht, el más grande en corrupción a nivel global–nacional. 

Los medios de comuni­cación, el principal vehículo de percepción y asimilación de la política y de los hechos sociales, reproducen día a día los anuncios de capturas y no capturas de responsa­bles por el caso Odebrecht y las inclementes revanchas que la naturaleza se toma contra las familias ahora empobrecidas por huaicos o desbordes de ríos. Son es­tos medios de comunica­ción (y especialmente las re­des) por los cuales miramos cómo la democracia y sus dirigencias responden ante los casos de corrupción y ante las necesidades de las miles de familias víctimas de los azotes de la naturaleza.

Siempre la respuesta de las instituciones puede ser limi­tada y con un tiempo distin­to al esperado por los ciuda­danos de a pie. El taxista de auto alquilado o el estudian­te que sin desayunar toma dos horas en llegar a su insti­tuto o la ama de casa angus­tiada por el día a día piensan en tiempos y urgencias dis­tintos a los que establecen los plazos de los fiscales y jueces. Los de a pie quieren ver a todos los responsables pagando sus culpas ya. Igual angustia y desesperación se siente cuando ante los re­porteros, los damnificados responden que no recibie­ron ayuda alguna ante su desagracia.

A lo mejor el al­calde de aquel distrito estu­vo haciendo mucho, pero a la casa devastada de aque­lla víctima no llegó y así se percibió. “Nadie ayuda” a los damnificados; “nadie hace nada” ante la corrupción. El sentido común popular no entiende los tiempos de funcionarios, magistrados, tecnócratas, políticos o las propias carencias del Esta­do y sus reglamentaciones, prohibiciones, autorizacio­nes etc. Se perciben huai­cos de indiferencias (a lo mejor injustamente).

La “lentitud” ante la co­rrupción o “el no hacer nada” ante los desastres naturales incrementan los malestares sociales. La des­aprobación creciente del Poder Ejecutivo, el Con­greso y el alcalde de Lima se explica también por la brecha de estos tiempos: el tiempo popular que quiere resultados y el tiempo ofi­cial, que es lento, de ruti­nas, reglamentos y esperas. Por ello, el desafío es doble. Reaccionar y responder más rápido desde la política y el Estado y con inmensos componentes “simbólicos”: liderazgos indiscutibles, ac­titudes de afrontar, capa­cidad de indignación, decir las cosas por su nombre, el estar ahí en la desagracia, austeridad evidente, cortar privilegios públicos y priva­dos, ser y parecer transpa­rentes, y más. Las indife­rencias, reales o no, afectan la cohesión social y demo­crática. Urge compensar real y simbólicamente la sensación que se extien­de que nadie hace nada en tiempos tan difíciles.

Publicado en Exitosa Diario, 2 de febrero del 2017


Escrito por

Javier Barreda

Sociólogo PUCP, docente. Escribo. Ex Ministro de Trabajo. Ex- Vice de Promoción del Empleo y de Desarrollo Social. Director Editorial UNFV


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Búfalo de pradera

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