Huaicos e indiferencias
Todos somos parte alguna vez de cierta indiferencia ante lo que vivimos. Los de a pie tienen un tiempo distinto a los que tienen en sus manos las decisiones públicas. Entre el caos y los huaicos que la gente perciba indiferencias de la clase dirigente (aun que no las haya) debilita la democracia.
¡Qué verano! Los efectos de lluvias y huaicos sobre los peruanos más vulnerables matan de impotencia cual fuese la distancia con que se les mire. Sensación de vacío y soledad debe ser indescriptible en las familias que pierden todo. Los más pobres de Lima, Arequipa, Ica, Piura y otros lugares sufren el azote de la naturaleza. Pero este verano además marca los días de las primeras capturas del caso Odebrecht, el más grande en corrupción a nivel global–nacional.
Los medios de comunicación, el principal vehículo de percepción y asimilación de la política y de los hechos sociales, reproducen día a día los anuncios de capturas y no capturas de responsables por el caso Odebrecht y las inclementes revanchas que la naturaleza se toma contra las familias ahora empobrecidas por huaicos o desbordes de ríos. Son estos medios de comunicación (y especialmente las redes) por los cuales miramos cómo la democracia y sus dirigencias responden ante los casos de corrupción y ante las necesidades de las miles de familias víctimas de los azotes de la naturaleza.
Siempre la respuesta de las instituciones puede ser limitada y con un tiempo distinto al esperado por los ciudadanos de a pie. El taxista de auto alquilado o el estudiante que sin desayunar toma dos horas en llegar a su instituto o la ama de casa angustiada por el día a día piensan en tiempos y urgencias distintos a los que establecen los plazos de los fiscales y jueces. Los de a pie quieren ver a todos los responsables pagando sus culpas ya. Igual angustia y desesperación se siente cuando ante los reporteros, los damnificados responden que no recibieron ayuda alguna ante su desagracia.
A lo mejor el alcalde de aquel distrito estuvo haciendo mucho, pero a la casa devastada de aquella víctima no llegó y así se percibió. “Nadie ayuda” a los damnificados; “nadie hace nada” ante la corrupción. El sentido común popular no entiende los tiempos de funcionarios, magistrados, tecnócratas, políticos o las propias carencias del Estado y sus reglamentaciones, prohibiciones, autorizaciones etc. Se perciben huaicos de indiferencias (a lo mejor injustamente).
La “lentitud” ante la corrupción o “el no hacer nada” ante los desastres naturales incrementan los malestares sociales. La desaprobación creciente del Poder Ejecutivo, el Congreso y el alcalde de Lima se explica también por la brecha de estos tiempos: el tiempo popular que quiere resultados y el tiempo oficial, que es lento, de rutinas, reglamentos y esperas. Por ello, el desafío es doble. Reaccionar y responder más rápido desde la política y el Estado y con inmensos componentes “simbólicos”: liderazgos indiscutibles, actitudes de afrontar, capacidad de indignación, decir las cosas por su nombre, el estar ahí en la desagracia, austeridad evidente, cortar privilegios públicos y privados, ser y parecer transparentes, y más. Las indiferencias, reales o no, afectan la cohesión social y democrática. Urge compensar real y simbólicamente la sensación que se extiende que nadie hace nada en tiempos tan difíciles.
Publicado en Exitosa Diario, 2 de febrero del 2017