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El valor de Arévalo

u ejemplo y los de tantos deben servir como referente para quienes aún estén decididos a reconstruir la política en el país. Tarea inmensa para los que vienen. 

Javier Barreda 

Publicado: 2017-02-19

¿Vale la pena contar historias de gran­des en tiempos de pragmatismo e indi­vidualismo explicable pero de peligrosa antipolítica? Creemos que sí. Una nue­va dirigencia política debe rescatar lo más pa­radigmático de los tiempos de la fundación de la política social y de masas en el Perú. Y es mejor saber que un gran dirigente obre­ro autodidacta fue asesinado por la espalda por resistir en sus ideales de justicia social. Esos esfuerzos se dieron en un contexto de total de adversidad contra quienes decidie­ron construir la democracia y el Estado so­cial en el país. 

Era el año 1937, gobernaba Óscar R. Benavides. Un año antes había anulado una elección en la cual el candidato social­demócrata Luis Antonio Eguiguren había ganado con los votos prohibidos y masivos de un aprismo naciente y rebelde. Para las elecciones de 1936, el Apra estaba impedi­da “legalmente” de postular, se anuló la can­didatura de Víctor Raúl Haya de la Torre y se decidió apoyar a Eguiguren. Se vivía años de barbarie de dictadura, de furias oligárquicas y resistencias intensas de hombres y mujeres valientes; de jóvenes con utopías sociales.

Manuel Arévalo, desde joven dirigente social y organizador, vinculado al grupo inte­lectual de La Libertad, discípulo del Antenor Orrego, amigo desde joven de Haya de la To­rre, se afilió al Apra desde su fundación en el Perú. Elegido miembro del Congreso Cons­tituyente de 1931 por La Libertad, fue parte del aquel grupo de constituyentes de la talla de Luis Alberto Sánchez, Manuel Seoane, Al­cides Spelucín, Luis Heysen, Arturo Sabro­so y más. Todos ellos destituidos, exiliados o perseguidos por orden de Sánchez Cerro en 1932, después de la Revolución de Trujillo. Arévalo fue exiliado, pero en 1933 retorna al Perú en clandestinidad y asume la conduc­ción del Apra en el norte del Perú. Tiempos para valientes.

En 1937, Manuel Arévalo fue detenido en su “base” clandestina de Trujillo y bestialmente torturado por agentes de la dictadura. Era trasladado a Lima por tierra por tres agentes de seguridad. Su salvaje in­terrogatorio, aún en la oscuridad y sin reflec­tores de una prensa libre ni organismos de derechos humanos que valga, había genera­do una reacción popular y sindical en las ha­ciendas de los valles del norte. En carretera, ya muy herido, justificando una absurda in­tentona de fuga, Arévalo fue asesinado por la espalda. Enterrado sin sacramento en el Cementerio de Huarmey, su cuerpo luego fue rescatado por militantes apristas y se ha perdido en la vorágine persecutoria de esa gran Apra naciente. Muchas versiones exis­ten sobre el lugar de sus restos y leyendas sobre su presencia después de su muerte.

Fue un 15 de febrero, como ayer, y día igual en que Marielena Moyano fuera des­pedazada por Sendero Luminoso, que Aré­valo fue asesinado por una dictadura hace 80 años. Valiente dirigente social, inteligente y leal al aprismo de Haya, fue su único sucesor designado expresamente por él. Su ejemplo y los de tantos deben servir como referente para quienes aún estén decididos a recons­truir la política en el país. Tarea inmensa.

Publicado en Exitosa,  el 19 de febrero del 2017


Escrito por

Javier Barreda

Sociólogo PUCP, docente. Escribo. Ex Ministro de Trabajo. Ex- Vice de Promoción del Empleo y de Desarrollo Social. Director Editorial UNFV


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Búfalo de pradera

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